Supongo que en mi memoria tiendo a sobrestimar los últimos años del siglo XX y los primeros años del siglo XXI en Guadalajara porque en esa época disfruté de algunos de los mejores conciertos y festivales, se crearon algunos de mis grupos alcarreños favoritos, la parrilla de Radio Arrebato estaba llena de programas de música que me encantaban y nos pasamos la mayor parte de esos años entrando de día a los bares y no saliendo de ellos hasta que ya era de nuevo de día otra vez.
Y supongo que también porque todos nosotros éramos un poco más jóvenes y el paso del tiempo nos suele estilizar los recuerdos.
La historia que os quiero contar sucedió en uno de esos años, posiblemente el año 1999 o el año 2000, me suena que un sábado de septiembre antes de que comenzaran las Ferias. Creo recordar también que fue Antonio Cortés Toño, la noche anterior tras la barra de su bar, el que nos invitó a ese partido de fútbol-sala, al torneo que enfrentaba al Pub Chinaski contra San Onofre, el programa de radio que dirigían Henry y Otis los lunes en Radio Arrebato.
No sé muy la razón, pero a algunos de los miembros de nuestra cuadrilla nos pareció buena idea y al día siguiente, a la hora de la siesta (porque recuerdo perfectamente que ese partido se jugó bajo el sol en la sobremesa), nos presentamos en esa pista del Parque del Alamín, al lado de los antiguos Multicines, que estaba llena de caras conocidas que frecuentaban los antros más selectos de la Santísima Trinidad de La Llanilla (Cepa, Capricho y Los Molinos, el lugar sagrado) para acabar peregrinando, literalmente en la mayoría de los casos, cada noche en procesión hasta el Chinas. O lo que es lo mismo, una imagen que servía como extraña metáfora de aquella Guadalajara que algunos conocimos: punkies, sharperos, mods, raperos, skaters y gente más o menos indeterminada compartiendo cancha y balón.
Y también, en la portería de los onofres u onofritas, con la camiseta de Molina en el año del doblete del Atlético de Madrid, José María Poole Ruiz, Chema, marqués de La Llanilla, tabernero, mago, cantante, showman, locutor radiofónico en Explosión Senil, vespero y lambrettero, dueño de una autocaravana, de un Twingo, de una bola de luces de discoteca y de una máquina de lanzar humo, buen conversador y jugador de Trivial al otro lado de la barra, binguero y especialista en apuntar precios con ceras de colores y hacer cuentas de cabeza que se traducían en nosécuántos pelotos.
En definitiva, un tipo cojonudo.
Quiero destacar que, pese a que el equipo de San Onofre se vanagloriaba de forma chulesca durante el ¿calentamiento? de que iba a ganar el partido porque contaba en sus filas con un talentoso jugador al que yo había visto en más de una ocasión sobre el terreno de juego (y que después vería también a lo largo de los años en los banquillos de los equipos de las divisiones autonómicas de fútbol), mi primer pensamiento fue que no podíamos haber tenido más suerte a la hora de ser aleatoriamente fichados por Toño: nuestro presidente, director deportivo, entrenador y jugador nos obsequió con unas litronas de cerveza bien fresquitas y nos uniformó a todos, al contrario que Henry y Otis con nuestros anárquicos rivales, regalándonos las míticas camisetas primerizas de su bar, las negras con el cuadro del Guernica Porno en el pecho (nota del autor: aquí hay que introducir el nombre con el que tu grupo de amigos nombraba al mural del extinto Chinaski; en mi cuadrilla era llamado, evidentemente, el Guernica Porno; creo que el mérito de ese nombre es de mi amigo Julián). Tengo que reconocer ahora, tanto años después, que con ese regalo a mí me habría bastado: llevaba tiempo queriendo tener esa camiseta. Lo siento, aficionados de los onofritas, los colores hay que sentirlos y a mí el Chinaski siempre me tiró demasiado desde que entré por primera vez a ese garito que todavía se llamaba Barracuda y que estaba completamente lleno de gente sentada en el suelo.
Pero lo mejor será que vuelva al partido de fútbol-sala, que de eso trata ese texto. Porque debí imaginarlo cuando la mayoría de los jugadores que había en nuestro banquillo se estaban pasando varios porros de costo y renunciaban a saltar al campo a jugar: algunos habíamos ido allí para estar sobre la cancha y otros para animarnos desde fuera. Y yo, claro está, pertenecía al primer tipo.
Ahora bien, nadie en su sano juicio habría vaticinado que yo terminaría convirtiéndome en el protagonista de ese partido.
Porque, en realidad, de eso sí que es de lo que le trata este texto: yo le marqué un hat-trick a Chema Poole, portero de San Onofre, que sirvió para que el Pub Chinaski se alzara con el título en una victoria mínima y agónica (6-5, si no me equivoco). Primero, con un remate inapelable en el segundo palo en una jugada característica del fútbol-sala. Después, regateando a Chema pisando el balón y marcando a puerta vacía. Y, por último, en un mano a mano que definí en la salida de Chema con un tiro ajustado al palo con mi pierna izquierda que entró en esa portería sin red y que siguió rodando por ese parque durante varios segundos más.
La verdad es que ahora que lo veo escrito aquí es un poco vergonzoso que mi mayor día de gloria como jugador de fútbol-sala fuera en un partido entre el Pub Chinaski y el programa de radio San Onofre, pero me da bastante igual.
Porque recuerdo perfectamente lo bien que me lo pasé, las risas que nos echamos esa tarde y esa noche en la etílica celebración en el Chinaski, levantando aquel trofeo hecho con una lata de berenjenas y cantando canciones divertidas para pinchar a las onofritas (la mayoría de esas canciones contra su propio equipo fueron compuestas, por cierto, por el propio Chema).
Y porque no todo el mundo tiene una anécdota tan buena para contar sobre José María Poole Ruiz, Chema, marqués de La Llanilla y (en la actualidad) conde de Bardales.
En definitiva, un tipo cojonudo.
Lleno de sentido del humor.
De los que merecen la pena.
Y ya lo sabéis de sobra: según va pasando el tiempo te das cuenta de que no hay tanta gente que merezca la pena a lo largo de nuestras vidas.
* Sergio Alberruche Oter (1982)
es escritor y periodista. En la década de los noventa se inicia de forma aficionada en el periodismo y comienza a escribir sus primeros relatos. Con la llegada del siglo XXI, pasa del periodismo amateur al profesional y su desempeño como periodista le lleva a ganar la primera edición del Premio de Periodismo Deportivo de la provincia de Guadalajara, gracias a su reportaje ‘Un laurel para la eternidad’. Un galardón que volvería a vencer dos años después, en la tercera edición del premio, merced a su reportaje ‘Éxodo alcarreño’. Bloguero desde el año 2008, su novela ‘Una canción’ es el ejemplo más reciente de su literatura, descrita por algunos lectores como «adictiva», «dura, salida de las entrañas», «brutal pero tierna», «que te atrapa desde el principio» o «de las que te dejan un sabor a melancolía, invierno, derrota».